En las situaciones límite no hay amigos

También se reseñan los «útiles trabajos» que realizó los trece años que fue jefe del «G-2», el servicio de inteligencia panameño, sus suministros de armas a la «contra» antisandinista, e incluso sus desvergonzados tratos con los traficantes de droga del «cartel» de Medellín, desde que se hizo con el poder en 1983. 

En los datos correspondientes a su perfil psicologico hay una frase que destaca: «En situaciones límite no se amiga. Como hacía Al Capone, en los momentos difíciles reacciona como el jabali y se lanza al ataque». Si alguien debía haber previsto que el general Noriega no iba a entregarse facilmente eran los servicios de inteligencia norteamericanos. 

A fin de cuentas lo tuvieron en nómina durante décadas. Por si a los expertos que han aconsejado al presidente George Bush les quedaba alguna duda, bastaba que hubieran echado un rápido vistazo a los informes de lo que ocurrió en Panama el pasado 3 de octubre. Ese día, un grupo de oficiales encabezados por el mayor Mosisés Giroldi se levantó en armas contra el general. Lograron incluso sitiarlo en su despacho del cuartel general. Noriega debió ver muy cerca las tres horas que permaneció en poder de los sublevados, pero mantuvo el tipo. Cuando todavía Giroldi controlaba el acuartelamiento, en lugar de amilanarse, le insultaba. Le acusaba a voces de no tener «bolas» y le retaba gallardamente a disparar. 

Nunca ha quedado muy claro si fueron los gritos o la confusión del momento, pero lo cierto es que los golpistas no se atrevieron a ir hasta el final. Llegaron las tropas del «Batallón 2.000», fieles al dictador y la situación dió un vuelco. Después, algunos oyeron a Noriega, ya dueño de la situación, increpar a gritos a Giroldi: «¡Matate! ¡Matate o te mato yo!. El terrible general cumplió una vez más su palabra. 

Cuando los familiares de Moisés Giroldi levantaron la tapa del ataud para ver por última vez su cuerpo, se encontraron con un espectáculo espeluzanante. El cadaver apartecía literalmente taladarado de balazos, tenía resuqebrajado el cráneo y rotas las piernas y las costillas. La lenta y dolorosa agonía del oficial rebelde, en el cuartel del «Batallón 2.000» fue supervisada personalmente por el vengativo Noriega.

Entre accesos de rabia y botellas de ron, el general mandó sumariamente al otro mundo a más de medio centenar de soldados implicados en el frustrado golpe. En algunos casos, como en el del capitán Nicasio Lorenzo, uniendo el sarcarmo a la crueldad. En el caso de Hugo Spadafora, el ex viceministro de Salud de Torrijos que colaboraba con los sandinistas, eliminado por Noriega hace varios años, la salvaje tortura fue acompañada de la sodomización. Todos estos hechos son tan tenebrosos que ni siquiera a los obtusos asesores de la Casa Blanca se le pueden haber pasado por alto. En la puerta del despacho del general cuando era jefe del «G-2», colgaba un cartel que decía: «Si tu enemigo se rinde es porque no ha podido matarte». Noriega es un «amoral», pero resulta bastante «coherente». 

Haciendo reiterada gala de esa «filosofía» que le caracteriza, lo esperable, es que haga todo lo posible por denotar a los norteamericanos.

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