Cortar cabezas

No se había apagado aún el eco de la ovación de recuerdo a la gesta otoñal de Iván Fandiño y David Mora, cuando Fandiño marchó a la puerta de toriles a paso de procesión. Y allí, poco más allá de la segunda raya, se echó el capote a la espalda. Como en su día de 2011 en Pamplona. Una carta de presentación cargada de testosterona que otrora daría para crónicas completas. Un capítulo de los episodios nacionales de la épica. Las balas de las puntas zigzagueando su cintura en cada lance. El toro entero en su poder, cruzado y vencido; el capote ondeado por el viento; el cuerpo por delante y las piernas alerta. Hoy en día se ha perdido la admiración a los gestos toreros. Si Fandiño llega a enseñar cuádriceps a lo Cristiano Ronaldo tras el gol en el Sadar o a lo Angelina Jolie en los Oscar, igual se cae la plaza ausente, que mira y a veces no valora. 

En el transcurrir de la tarde, el episodio bárbaro quedaría difuminado en la sangre aguada de la corrida de Jandilla. Como en aquella tarde pamplonesa, no había presenciado jamás nada igual, y así, de nuevo, hago constatar mi mayor respeto y no menos incredulidad ante la frialdad de una peña acostumbrada a hacer la ola a un adelantamiento de Alonso, a un interior de Jorge Lorenzo o a un misil de 35 metros de CR7. Alguien seguirá comiendo pistachos cuando Iván Fandiño se coloque unos grilletes encima de una mesa, a modo de aguafuerte goyesco, para reivindicar la hombría de los toreros machos de Ronda. 

Apenas dos horas después de aquello quedaba nada para el recuerdo. Existe, o debe de existir, entre los profesionales (sic) amigos, neutros, necios y contrarios una confabulación contra Fandiño y Mora, pues, más allá de sus cualidades y su futuro, no parece muy normal que entre Otoño y Ramos, entre la escalera de Gavira y la de Jandilla, no haya en el campo bravo una corrida de toros pareja y hechurada, cuanto menos a 1 de abril. La jandillada era de pega. Una mona vestida de seda, una fulana disfrazada de Loewe por una divisa azul añil como sello de calidad. La Reina de Alicia ha ordenado a través del espejo que les corten la cabeza, «¡que les coooorten la cabeza!». Y todo para rellenar una fecha. Ya ves la lumbrera empresarial, el ambiente que les han creado ahora para San Isidro, incapaces de generar relevos. A uno que venía de cortar cuatro orejas a pulso en la temporada de Madrid... ¿No pasa nada? Sí pasa. ¡Ay también de los genios de apoderados! Que les corten la cabeza. Hoy estoy generoso. «Si era de Jandilla...» Sí, ¿pero cómo era la de Jandilla? 

Entre todos la mataron, y ya puede el cronista trovar gestas. O los derechazos embrocados y a carta cabal de Fandiño con un quinto que en su condición de querer no podía con los cuartos traseros. O la estocada de rectitud inapelable. Ni detalles con un tercero feo y malandado, ni la voluntad de hacer caminar con la distancia a un primero que en cuanto perdió la inercia no aportaba nada de su parte. Una media verónica por aquí, otra de David Mora por allá. En quites fue la máxima rivalidad. 

El Rosco gritó desesperado de todas, todas: «¡Qué asco de ganadería!». Pero yo no creo que Jandilla sea un asco de ganadería, otra historia es la corrida que compraron. Las hechuras del toro de Vegahermosa que hacía segundo fueron distintas. Y su calidad también. El viento lo destemplaba todo. Aunque Mora en la lidia no anduvo especialmente templado: de un galleo por chicuelinas salía el toro gateando por tirones. Por la templanza de su mano derecha, no así la izquierda, de brazo acodado no volvió a besar la arena el jandilla de Vegahermosa, que tampoco duró. La estocada sacó nota. El temple del acero. Para completar el elenco, seleccionaron un burraco de 630 kilos. David de Toledo invitó a hacer un quite al sobresaliente Miguel Ángel Sánchez, para que quede constancia del nombre más que del quite. La torería del inicio de faena se quedó ahí. Como casi toda la corrida, por no ser ni absoluto ni categórico. Un poco asesor y estilista, permítame: para un mano a mano hay ternos más apropiados que un blanco y azabache con chaleco en oro. Una tontería al lado de la corrida de Jandilla. «¡Que les coooorten la cabeza!»

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